No recuerdo si teníamos 10 o ya habíamos cumplido los 11 y sin embargo sabria decir con claridad que las cuentas de su pulserita de plástico eran violeta, blanco, negro, por ese orden, colgando de esa frágil muñeca. Han pasado 18 años y ella todavía la conserva. Daría mi vida por estar a su lado, cierro los ojos y todavía recuerdo el aroma de serenidad que sentía al estar con ella. Pero la sensación de seguridad nunca ha sido buena compañera de mi alma. El día que decidí que me marchaba, lo hice sin mirarla a los ojos. Los valientes siempre hacemos las cosas de golpe, sin echar la vista atrás. Ahora vivo sumida en un sueño del que no quiero despertar, porque cada vez que lo hago el dolor se apodera mi. Por eso a veces al despertarme en las frías y repugnantes mañanas de invierno, me sonrío pensando lo fuertes que pueden llegar a ser unas sencillas cuentas de plástico de colores atadas con un nudo infantil. Y comienzo otra vez a soñar.
Pinkuhyo y Mitsui